9.9.08

17


Me mataste en Argentina y ni siquiera me diste tiempo de decir un no antes que tus destellos se devolvieran al desván. La habitación se llenaba de tanta ausencia que la asfixia me lanzó al balcón... y ahí estabas vos, rayando los muros a contra luz de tu alma, porque tu silueta pedía ser exhibida frente un montón de ojos que se detenían deseosos a verte pintar, y tenias esa delicadeza tan marfil para trazar cada punto que mis poros se sonrojaban al verte colorear. Entonces quise ser pigmentos de tu creación, quise formar parte de estas calles,
quise ser vida cotidiana y nacer de tu arte... pero vos me mataste antes, quise tanto pero vos me frenaste.
Salí una noche en búsqueda de segundos, caminando directo hacia donde solías sentarte a mirar ese centro perdido en medio de la nada y tu mente (te recuerdo siempre porque fuiste tan experto en perderte con la nada en medio de mi vientre) así que me detuve en el empedraro, exhalé en la esquina y comencé a invocar tu tonalidad, y como por cuestión de magia natural no pude dejar de imaginarte, de imaginar tus manos tan llenas de fertilidad, de imaginarte prendiendo un pitillo apenas el humo se acerca a la madrugada, porque después de la luz de media noche sos tantos caminos en un mismo lugar, sos ir y venir, sonreír y llorar, pero dejaste que te invocara y no llegaste con la mesura en los bolsillos, viniste tan de golpe que se detuvieron todos los pulsares, todos los ríos y ahora gobiernan desiertos donde antes reinaban mares. Con tu sola aparición explotaron mis venas, tu solitaria presencia bastó para que me asesinaras, para que me disipara en un eterno espectáculo de bohemia y asunción, porque a cada momento me matás, en cada raya ponés tanto de mi que me gastás y ya no alcanzo a existir todas las veces, no llego a ser lo que soy todas las veces.